sábado, 18 de septiembre de 2010

De la ética del discurso al discurso de la educación

Por: Félix Hdez S.

Es indudable que tenemos una gran responsabilidad como docentes al tener en nuestras manos la formación de educandos que deben ir siendo encaminados al aprendizaje; sin embargo, no es tarea fácil hacer en ellos el eco inconmensurable de la ética. Bien señala el autor que el docente tiene el ‘poder’ transformador de la humanidad; a través de estos sujetos se modifica la justicia, la responsabilidad, etc., en tanto que tiene en sus manos la educación de los nuevos entes humanos de una sociedad.
            Hablar de ética es hablar de uno mismo, sus valores, sus costumbres, sus responsabilidades; pero ahora, debemos reflexionar que no es sólo eso, sino reconocer todo en los otros que me permiten ser. Es hablar de las relaciones humanas y cuestiones sociales, determinadas por un bien común y, si uno realiza acciones, la recompensa estriba en el reconocimiento que los otros hacen para con ellas.
            Es obligación de un docente, en el ejercicio día a día, establecer en los alumnos los conceptos claros de responsabilidad y alteridad[1], puesto que así las relaciones entre humanos conjugarán sus valores, costumbres y principios aprendidos en casa, heredados por familiares y amigos o adquiridos en cualquier ámbito, procurando en ellos la comprensión recíproca de unos y otros fundamentado en lo social. El profesor debe aprender primero que su aceptación está dada a partir de la otra persona: el educando, así podrá atender la preparación de éste y lo tendrá concebido a partir de su propio criterio.
            Cita el autor que debemos entender que “Las orientaciones de valor, incluyendo las autocomprensiones de personas o grupos orientadas por valores, las juzgamos desde el punto de vista ético; los deberes, las normas y los mandamientos los juzgamos desde el punto de vista moral”.

Entonces hablar de moral y ética -nos expone- es una línea muy delgada para su entendimiento y, en muchos casos, las convierte en sinónimos; sin embargo, debemos considerar que el humano no reflexiona en estas diferencias porque para él sólo existe “lo bueno y lo malo” y “las normas universales” consideradas en el deber ser. En ese sentido, un alumno debe ser orientado para entender lo que es bueno -y que además realmente le importe- y diferenciarlo de lo que es malo, pero esto no es tarea sólo del profesor, sino de toda una sociedad que le ha otorgado un papel en la vida, el de convertirse en un ser humano que confrontará su formación con los demás.

            En un ejercicio práctico, pregunté a mis alumnos: ¿qué es la ética? Me dieron varias respuestas generalizadas que aquí comparto:
·         Se me hace que es como el amor, intangible pero imprescindible, dijo una parte del grupo.
·         Se me viene a la mente la moral y el deber ser, y todo me suena hueco, dijeron otros.
·         Es una forma de asumir la vida, lo mismo en el plano laboral que sentimental, contestaron algunos más.
·         Algo que se mama y que no que se vende por kilo, como en ocasiones se pretende, señalaron los menos.

No estamos tan errados en sentenciar que son cosas que los alumnos deben diferenciar; sin embargo, las conciben como una sola. Cada uno asume su postura de ética y señala que sí la aprendieron pero no saben cómo explicarla.
Aquí reflexiono lo que el autor dice al mencionar que es toda práctica social (y, por consiguiente, toda práctica educativa), es lo que los docentes debemos reforzar en el alumnado. Entiendo que debemos convertirnos en el papá que procura dar educación al hijo para encaminarlo hacia su bien vivir humanamente y, no ser la institucionalización educativa (el príncipe, que menciona Kant), que los ha de convertir en los hombres que nos deben servir a conveniencia.
            El autor nos refiere indudablemente que nosotros como docentes debemos (entendiendo el deber como una invitación dictada por nuestros juicios de valores), apostar a construir nuestra sociedad (plural y compleja) a partir de una ética de mínimos comunes, consensuada y en permanente (re)creación. No podemos caer en la anarquía porque la gente simplemente quiera establecer su propia idea y realización del bien; por lo que se debe consensuar y establecer parámetros de coincidencia para la sociedad.
            Aprecio, como lo dice la lectura, que mis alumnos juzgan a la ética como el no meterse en problemas, aluden al sentimiento de culpa para no comprometerse con las acciones que realizan; sin embargo, miden sus actos bajo los parámetros de lo cultural e intercultural que ya tienen tácitos. Cuando ellos han empleado su propia comunicación –ahora en las redes sociales- parecen olvidar esa ética que los ha hecho violar ese marco intercultural. ¿Por qué? Por permitirse engañar al otro y, así, engañarse a ellos mismos; porque ahora lo que les importa de sobremanera es vivir en la red de conversaciones virtuales y emplear a los otros a su favor y conveniencia.
            Los alumnos, viven –y nosotros también- impregnados de valores que los otros les otorgan; no obstante, como profesores debemos hacerles ver que no pueden renunciar a sus conductas ni costumbres; luego entonces, tendrán que hacer cosas para conquistar objetivos muy claros sin utilizar a los demás en su beneficio; es decir, humanizarlos y hacerles ver que las cosas que hacen están bien.
No obstante debemos hacerlos entender que necesitamos a los humanos para aprender de ellos y también para enseñarles lo que nosotros ya conocemos; hacerles saber que los valores se vuelven universales en la medida en que todos aceptemos la relación entre humanos y la legitimemos en función de un bien común. Hacerles asumir la ética, responsabilidad, justicia, igualdad, etcétera, como conceptos inherentes de dominio en su aprendizaje; permitirles desarrollar sus convicciones y asumir consecuencias de los actos, que no sólo vean el objetivo o meta a alcanzar sino que evalúen muy bien los medios por los cuales los lograron. Que asuman un compromiso social y reflexionen muy bien sobre sus responsabilidades para alcanzar un bien común.
El profesor debe darse cuenta que asumir el ‘poder’ de influir en el alumno (para transformarlo y encaminarlo hacia esa relación social que dicta la búsqueda de un bien común), no le implica descuidar su propio contexto: el papel social del alumno, la situación relacionada de ellos y al propio alumno como individuo. Es prioritario que un docente mantenga esa triada como su norma dictatorial para encaminar a los alumnos a conducirse correctamente e interrelacionarse asumiendo su conducta ética, garantizar los derechos humanos y los principios democráticos desde nuestros comportamientos sociales.
Cito una frase de la lectura que me ayuda a reforzar lo anterior: “una ética de la responsabilidad debe ser una ética de la acción comprometida con el cambio social”; entonces nosotros como profesores tendremos que asumir esa importante tarea de encausar un aprendizaje en los humanos para hacer en ellos un pilar de la construcción de un cambio social para el bienestar común. Nos exige la transformación de los escenarios sociales desde las propias relaciones humanas, las condiciones políticas, económicas y construir las culturales.
            “De esta forma, el hacer personas responsables desde la vivencia de ese sentido de la responsabilidad en la propia interacción educativa debe constituirse en eje primordial de la pedagogía de la ética”, refiere el autor. Es entonces que los profesores nos convertimos en guías de la enseñanza para los alumnos pero no debemos perder de vista que somos hombres, con un rol social y que pertenecemos también a una cultura, que convive con los alumnos en su propio espacio y también en un tiempo determinado. Es aquí donde entra esa relación de lo temporal; debemos enseñarles a la construcción desde el pasado para ayudarles a la re-construcción de la responsabilidad.
            Una sociedad educada no es sino una acumulación de humanos que buscan legitimar las relaciones entre ellos para establecer bienes comunes; luego entonces, debemos generar nuevas perspectivas desde una sociedad del conocimiento.
            Construir una sociedad a partir de la ética no puede ser posible si no se reconoce al hombre como individuo estrechamente vinculado con otro ser, es decir, del reconocimiento de los humanos, la reciprocidad e identidad entre estos; tampoco la podremos construir sin dejar de hacer presente las relaciones sociales, una dimensión política y normativa de las acciones-consecuencias de los hombres; y mucho menos la podemos edificar sin ética que asume la responsabilidad del uno y el otro, en su concepción de asumir el papel de los demás, las diferencias e igualdades.
¿Comprender esa visión resulta tarea difícil en nuestros días? ¿Qué sucede en una sociedad que está plagada de gente que utiliza al otro en beneficio de su propio bien?
Concluyo con una cita más del propio material expuesto por Eduardo Vila: “La respuesta pedagógica y didáctica a la llamada sociedad multicultural deberá provenir de una profunda reflexión sobre la naturaleza de la diferencia humana y el origen social de las desigualdades”.
Mención aparte resulta sí a todo lo anterior agregamos que la realidad educativa en nuestro país es muy baja, que no hay posibilidad de abrir espacios para el diálogo sino es desde el propio ámbito educativo, y a esto debe añadírsele el reconocimiento del valor del aprendizaje. Si las televisoras ahora dictan parámetros de valores y los contenidos educativos los determinan unos cuantos y no la pluralidad de cosmovisiones al interpretar el conocimiento.


[1] Alteridad: Como concepto filosófico, se ve como el descubrimiento que el “yo” hace del “otro”. Es el principio filosófico de "alternar" o cambiar la propia perspectiva por la del "otro". Una persona a través de la interacción con el otro puede conocer cosas del otro que antes no había conocido, de esta forma se crean imágenes e ideas sobre el otro que antes no se conocían, considerando y teniendo en cuenta el punto de vista, la concepción del mundo, los intereses, la ideología del otro; y no dando por supuesto que la "de uno" es la única posible.

Referencia:

Vila Merino, Eduardo S. (2004). Pedagogía de la ética: De la responsabilidad a la alteridad. Athenea Digital 6,  pp. 47-55. Disponible en: http://antalya.uab.es/athenea/num6/Vila.pdf 

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